¿Hacia una nueva recesión?

January 19, 2016

El desastre libremercadista dará lugar a la radicalización y la polarización política.

EL DRAMÁTICO descenso de los mercados financieros al inicio del año ha reavivado el temor de que otra depresión económica podría estar fermentando en el 2016; aunque para los trabajadores, de aquí y del mundo entero, los efectos de la Gran Recesión que ya pasó aún no han cesado de dejarse sentir.

Como con el descalabro en el mercado de valores del verano pasado, el bajón en Wall Street y en otros centros financieros pone de relieve las debilidades y contradicciones en la economía mundial que impactarán sobre la población al largo plazo.

La próxima recesión ya está ocurriendo en algunos países, con Brasil, la 7ª economía del mundo, siendo la más afectada en este el momento.

Estados Unidos probablemente no se le unirá en los números rojos este año, pero su históricamente débil recuperación de la Gran Recesión ya alcanzó y pasó su cima, y desciende la cuesta sobre un camino con más bajos que altos, junto con más pánico financiero y la profundización de la polarización política.

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COMO SIEMPRE, cuando los problemas acechan Wall Street, los medios de comunicación se enfocan en las grandes caídas del mercado bursátil. El índice Dow Jones cayó un 6 por ciento en la primera semana del año, lo que equivale a una pérdida de US$ 1,5 billones de su valor total.

La clase obrera sentirá el golpe en sus ahorros de jubilación, para el que tenga, pero las noticias son peores que los titulares sobre el Dow.

La agitación del mercado internacional fue puesta en marcha por otra caída en el mercado de valores chino, que llegó a suspender sus operaciones dos veces en una semana debido a las enormes pérdidas. El principal detonador de la pérdida fue un declive, peor de lo esperado, en el sector manufacturero, que se ha contraído por 10 meses consecutivos, a pesar de los esfuerzos de su gobierno chino.

El crecimiento económico promedio de China se ha reducido a un 7 por ciento, según cifras oficiales (el número real puede ser menos de la mitad según algunos analistas) y el Banco Central de China ha estado devaluando su moneda contra el dólar, usando sus reservas para evitar un nuevo descenso.

La razón por la esto podría causar caos financiero internacional es por el rol que la economía china jugó en mantener a flote el sistema mundial durante la desastrosa Gran Recesión tras el colapso de Wall Street en 2008. La actual tasa anual de crecimiento de China, 7 por ciento, sería una envidia para la mayoría de los países, pero yace muy por debajo de los regulares dos dígitos de las últimas dos décadas.

La respuesta china a la última crisis fue continuar, e incluso acelerar, su estrategia económica dirigida por el Estado. Usó más estímulos que el gobierno de Estados Unidos, en proporción al tamaño de su economía, con vastas inversiones en infraestructura y capacidad industrial que impulsaron la demanda en todo el mundo, especialmente por materia prima, de petróleo y minerales, a productos agrícolas.

Pero la precipitada expansión causó una mala resaca, particularmente en la forma de un aumento de la deuda, tanto pública como privada, desestabilizando todo el sistema. Y tras la baja global en la demanda de exportaciones chinas, algunas de las nuevas fábricas construidas durante el auge operan a pérdida o nunca abrieron, y la infraestructura y ciudades a sus alrededores están sin ser utilizadas.

El gobierno chino trató de hacer frente al problema con varias medidas para estimular el consumo de la clase media, pero produciendo otros problemas, como una salvajemente inflada burbuja bursátil que estalló el año pasado, sumándose a las dificultades de la economía subyacente.


MIENTRAS TANTO, la desaceleración en China ha causado una franca recesión en las economías que prosperaron alimentando su auge. Como SocialistWorker.org escribió el año pasado: "Había un viejo dicho sobre el predominio de la economía estadounidense: Cuando EEUU estornuda, el resto del mundo se contagia. En estos días, el contagio económico también flota de Oriente a Oeste".

La expansión china, ya en marcha antes de la Gran Recesión, casi duplicó los precios de los productos básicos, del petróleo y los metales a los granos, entre 1999 y 2011. Cuando la demanda china por materias primas cayó, también cayeron sus precios; a casi la mitad, según un estimado.

El ejemplo en boca de todos es el petróleo. El precio del barril de crudo se desplomó de un pico de US$ 115, en agosto de 2014, a alrededor de US$ 30 hoy, y los analistas de Morgan Stanley, un banco de Wall Street, predicen que la caída no se detendrá por encima del nivel de US$ 20. El precio del petróleo, tras ajuste inflacionario, sólo ha sido tan bajo una vez en los últimos 40 años.

Pero el colapso en el precio de los productos básicos es generalizado. El precio del hierro, la principal materia prima en la producción de acero, es 80 por ciento más bajo que su cúspide hace cuatro años.

Las economías construidas alrededor de la exportación de materias primas están cayendo junto con los precios. Brasil, la mayor economía en América Latina, está sufriendo su peor recesión en más de un siglo, si no de su historia. El último pronóstico de los analistas predice que la economía brasilera se contraerá un 3 por ciento este año, después de cerca de un 4 por ciento de contracción en 2015.

No hace mucho tiempo, Brasil era aclamado como una nueva potencia económica junto a Rusia, India, China y Sudáfrica. Ahora Brasil sufre las condiciones de una depresión, y sus líderes políticos enfrentan una profunda crisis provocada por la ruina económica, y magnificada por un escándalo de corrupción.

Brasil se ha convertido en un ilustrativo ejemplo de la locura libremercadista. El auge económico de hace unos años parecía ofrecer la esperanza de un futuro mejor para un país donde más del 20 por ciento de la población todavía vive bajo la línea de pobreza, frente a más de 40 por ciento de hace dos décadas. Esas esperanzas se han desvanecido junto con el auge, en gran parte debido a un país al otro lado del mundo que ahora produce demasiados productos para ser vendidos por ganancia.

Miles de millones de personas en todo el mundo necesitan desesperadamente un mayor acceso a los productos básicos y bienes industriales que Brasil y China pueden exportar, pero gracias a la esquizofrenia de la competencia capitalista, seguirán sin acceso a ellos y, aún más, enfrentarán la amenaza de la escasez.


EL PANORAMA económico en otras partes del mundo es mejor que en Brasil, pero no por mucho.

Entre las principales potencias económicas del mundo, Japón y la Unión Europea continuaron tropezando con el estancamiento, o su acecho, el año pasado. Entre las economías avanzadas, Estados Unidos tuvo un leve éxito económico después la Gran Recesión, pero las históricamente bajas tasas anuales de crecimiento económico durante un período de recuperación son evidencia irrefutable de la debilidad de la economía mundial.

El colapso de los precios del petróleo y de los productos básicos tiene un lado positivo para la economía de Estados Unidos, sobre todo en el lado del consumo, como cualquier persona que maneja su auto sabrá. Pero los efectos no son todos positivos. La industria energética está sufriendo y mirando a seguir el ejemplo del gigante minero y petrolero anglo-americano BP en el despido de trabajadores.

Mientras tanto, el sector industrial estadounidense está recibiendo un golpe con el aumento del valor del dólar frente a las monedas de otros países, en parte consecuencia de la decisión del Banco de la Reserva Federal de elevar el tipo de interés básico por primera vez en casi una década. Las exportaciones estadounidenses son ahora más caras en todo el mundo.

Esta es una explicación para la continua caída en las estadísticas que miden la actividad fabril de Estados Unidos. De acuerdo con el índice para finales del año pasado, la industria manufacturera cayó a su nivel más bajo desde junio de 2009, cuando la economía todavía estaba oficialmente en recesión.

Otros sectores de la economía estadounidense están mejor, lo que sustenta el consenso entre los analistas económicos que creen que EEUU no entrará en recesión este año. Pero muchos piensan que está en camino hacia una. En sus predicciones para 2016, los economistas de JPMorgan declararon que hay una gran posibilidad de una recesión en Estados Unidos en los próximos tres años.

Y el bajón podría llegar antes si alguna turbulencia financiera inesperada lo gatilla; estos desarrollos son impredecibles, excepto que podemos predecir que habrá más de ellos en una economía cuesta abajo que en una cuesta arriba.

Por ejemplo, la contracción del sector manufacturero ocurre al mismo tiempo en que las empresas gringas desarrollan niveles históricos de deuda. Si los ingresos y ganancias caen, será más difícil para estas empresas pagar sus deudas. Con diversos sectores industriales y la economía en su conjunto ya debilitados, el efecto de la quiebra de empresas, que ya aumentó en 2015, podría ser magnificado.

La deuda fue la bomba que detonó la caída de Wall Street de 2008. Pero en lugar de disminuir desde la Gran Recesión, el nivel global de la deuda en la economía mundial ha crecido enormemente, de US$ 142 billones a finales de 2007, justo antes de la crisis financiera, a un verdaderamente increíble US$ 199 billones tan sólo siete años más tarde, a mediados de 2014.

En algunos casos, la nueva carga de la deuda es una consecuencia de las políticas gubernamentales para superar la crisis, como en China, donde el estímulo del gobierno ha impulsado la deuda pública y privada a casi tres veces el tamaño de la producción económica anual total. De hecho, su deuda no es tan alta como la de la economía estadounidense, pero no tiene precedente para una economía de reciente industrialización. Una de las amenazas que ciernen sobre la desaceleración en China es el precario estado de un sistema bancario en la sombra, por un valor de US$ 2.000.000.000.000, que creció con el auge; si colapsa, la actual crisis china del mercado de valores podría lucir como un paseo al campo.

Incluso si las crisis financieras o quiebras en cadena son evitadas, el nivel abrumador de la deuda en todo el mundo va a entorpecer una economía en camino a su próxima recesión, dejando a quienes formulan las políticas financieras con menos opciones. En general, los gobiernos y los bancos centrales han sobre usado las herramientas convencionales para responder a contracciones económicas, como bajar las tasas de interés, por ejemplo, a tal punto que ya están romas o rotas.

Así, las propuestas de los economistas liberales como Joseph Stiglitz o Paul Krugman de revertir la agenda de austeridad y aumentar el gasto público para estimular una nueva expansión, encaran el poco margen de maniobra que el multibillonario rescate de Wall Street dejó.


ESTOS SON algunos de los factores que ayudan a que la economía de Estados Unidos se deslice hacia una nueva recesión. No hay caso en predecir qué tan empinada la cuesta será o qué tan rápido ocurrirá, pero es claro que la economía de Estados Unidos ha dejado atrás la cúspide de la recuperación, y las perturbaciones financieras y descensos económicos serán más frecuentes en el futuro.

Además, los "buenos tiempos" económicos, tales como son, han sido disfrutados casi en su totalidad por aquellos en la cima de la sociedad estadounidense. Así que la próxima crisis, cuando venga, se dejará sentir sobre la clase trabajadora como una intensificación de la miseria que ya ha experimentado por años.

Al igual que en la Gran Recesión y sus consecuencias, los desastres del sistema de libre mercado conducirán a un mayor descontento social y político. Algo de esa ira será explotada por la derecha, como muestra el ejemplo de la xenófoba campaña presidencial de Donald Trump.

Pero millones mirarán hacia la izquierda. Como Lee Sustar concluyó en su serie de tres partes sobre la economía mundial, el pasado otoño: "Con la economía mundial desplazándose hacia otra crisis, el tiempo está maduro para una crítica del capitalismo, y para hacer el caso por una sociedad socialista basada en las necesidades humanas en vez del lucro".

Traducido por Orlando Sepúlveda

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