Caos bursátil augura recesión

September 9, 2015

Detrás cierne la amenaza de una nueva recesión, una que la gente obrera sentirá como la intensificación de los podridos tiempos que ya ha estado viviendo.

LA AGITACIÓN en los mercados de valores internacionales ha expuesto la inestabilidad de la economía mundial que podría dar lugar a una nueva crisis financiera, o tirar por la borda la débil y dispareja recuperación económica tras la Gran Recesión, o ambos.

El punto focal de esta fase de la crisis capitalista que cierne se sobre China, donde el espectacular crecimiento económico de las últimas décadas se ha desacelerado. Las secuelas de la pérdida del 40 por ciento del valor del mercado bursátil chino, sólo desde junio, se están dejando sentir a través de los mercados internacionales.

Pero hay otras, más devastadoras consecuencias económicas, y en todos los rincones del mundo, desde los países más pobres a los más ricos, ya sienten el dolor, o lo sentirán muy pronto. El reciente caos bursátil es una señal de los problemas por venir, que, de desarrollarse, tendrán un efecto aún más devastador sobre la clase trabajadora.

Los medios estadounidenses cubren obsesivamente Wall Street, con exclusión de casi todo otro aspecto de la economía, pero lo que ocurre con el mercado de valores es sólo un estrecho indicador de la salud económica. Además, puede ser engañoso, ya que la especulación, las apuestas y la mentalidad de rebaño tienen mucho que ver con los giros diarios.

A worried trader on the floor of the New York Stock Exchange

Por ejemplo, la bolsa de Nueva York sufrió una pérdida histórica de alrededor del 6 por ciento en tan sólo los primeros minutos de la jornada bursátil del 24 de agosto. Pero la pérdida fue revertida al final de la semana, y algo más. Obviamente, esto no significa que todo volvió a la normalidad.

Los mercados financieros internacionales han caído durante varios meses. Agosto fue el peor mes en tres años para el índice Dow Jones de valores industriales, reduciéndose en un 10 por ciento desde su cumbre en mayo.

Por lo tanto, muchos trabajadores probablemente verán el verano recién pasado como el tiempo en que sus ahorros de jubilación subieron--si tienen alguno, por supuesto.

Pero más importante es lo que la reciente inestabilidad bursátil nos puede decir sobre el futuro, no sólo cuánto una jubilación valdrá, sino si habrá trabajos en el futuro cercano, si los salarios seguirán estancados, o si los asalariados tendrán que arañar su billetera al fin de mes.

Después de la Gran Recesión, casi todas las ganancias de la recuperación económica--famélica, pero real--han ido a parar a las corporaciones y los ricos. Ahora, la clase obrera podría tener que aguantar una nueva recesión, igualmente destructiva, cuando ni siquiera ha sentido una recuperación de la última.


COMENTARISTAS ECONÓMICOS de todo tipo, y ni hablar de políticos xenófobos, culpan la irresponsabilidad y/o incompetencia del gobierno chino de toda turbulencia del mercado financiero, pero esto es sólo un cínico chivo expiatorio. Siendo la economía más integrada internacionalmente, la crisis en China está ligada a la crisis de todo el sistema mundial.

En concreto, la reciente desaceleración del crecimiento económico chino, a un todavía envidiable 7 por ciento anual según en las cifras oficiales, es la consecuencia del papel que China jugó en mantener la economía mundial trabajando tras la última crisis, detonada por supuesto por el colapso financiero de 2008 en EEUU.

En 2009, Washington aprobó un paquete de estímulo económico por un valor récor de $787 mil millones para tratar de reactivar la economía. Pero el estímulo chino fue mayor y más duradero, con grandes inversiones en la infraestructura industrial, proveyendo un mucho más importantes fomento de la demanda mundial que cualquier acción estadounidense, sobre todo en término de los productos básicos, desde el petróleo, a la minería, y a la agricultura.

La política del gobierno chino funcionó: El producto interno bruto creció un 78 por ciento entre 2007 y 2014; es decir, el tamaño de la economía china estuvo cerca de duplicarse en siete años, mientras el resto del mundo sufría recesión y estancamiento. Estados Unidos aseguró sólo 8 por ciento de crecimiento durante el mismo período. Varios países experimentaron una revitalización económica suministrando China con materias primas, durante los años de la crisis.

Pero la resaca del boom ha sido dura. La economía china sufre de exceso de capacidad: Nuevas ciudades medio pobladas, líneas de ferrocarril sin uso, modernas instalaciones industriales que trabajan a pérdida o nunca abrieron, etc. Por supuesto, no se trata de "exceso de capacidad" en términos de producir las enormes necesidades insatisfechas de la clase obrera china, sino que hay demasiada capacidad como para para operar con ganancias, en el sentido capitalista.

El problema es lo que los economistas llaman una falta de "demanda efectiva", es decir, la demanda de personas y empresas que puedan pagar por los productos de consumo e industriales que la industria china puede ofrecer. Y es aquí donde el sistema mundial está ligado.


ENTRE LAS mayores potencias económicas, EEUU logró crecer durante el periodo posterior a la Gran Recesión, pero su tasa de crecimiento se ha mantenido pegada al piso, en alrededor del 2 por ciento, muy por debajo de lo típico en un periodo de recuperación económica. Las cosas están peor en Europa, donde Alemania, la potencia dominante de la eurozona, se haya en territorio positivo, pero otros Estados miembros, grandes como Francia e Italia, y más pequeños y endeudados, como Grecia, están estancados o en franca caída. Según reportes oficiales, la economía japonesa se contrajo en el trimestre más reciente.

En otras palabras, los principales mercados para las exportaciones chinas, y la fuente de su exitoso capitalismo de estado en los últimos tres decenios, están tambaleando. En general, en los primeros seis meses del año, el comercio mundial sufrió su peor contracción desde 2008 como consecuencia de la desaceleración o estancamiento en los países más ricos.

Esto, y no el siniestro complot que los políticos asignan a China, explica por qué el gobierno de Pekín devaluó su moneda el mes pasado. Con las estadísticas de julio mostrando que las exportaciones han caído un 8,9 por ciento, respecto al mismo periodo del año anterior, el gobierno diseñó una modesta caída de 4 por ciento en el valor del yuan frente al dólar, para hacer las exportaciones chinas un poco menos caras. La mayoría de las monedas, el euro por ejemplo, han perdido mucho más valor en relación al dólar.

Mientras tanto, los países que habían estado creciendo mediante la exportación de materias primas para alimentar el auge chino están sufriendo una resaca de segunda mano.

El ejemplo más obvio es en el petróleo, el combustible detrás de casi toda la industria y la producción. Después de una breve recuperación a principios de este año, el precio del petróleo yace ahora en nuevo mínimos en muchos años, no sólo por la menor demanda china, sino además por el auge en la producción liderado por Arabia Saudita y el nuevo gigante de la extracción petrolera, Estados Unidos.

Eso podrá significar precios más baratos en EEUU, pero la tendencia a la baja está perjudicando a los países productores de petróleo como Venezuela, al igual que otras naciones dependientes en la producción de productos básicos. Brasil, una vez proclamado una economía emergente junto a China, ha caído en recesión, con la inversión en la extracción minera y petrolera colapsando, y las exportaciones de productos agrícolas, como la soya, cayendo.

Luego está las importaciones de consumo a China. Ford informó que espera que las ventas de automóviles a China caigan por primera vez en 17 años, y Volkswagen dice que sus entregas han bajado por primera vez en una década.

Había un viejo dicho acerca del predominio económico estadounidense: Cuando EEUU estornuda, la economía mundial se resfría. En estos días, el contagio económico también flota de este a oeste.


SIN LA locomotora del crecimiento económico en China, tirando el sistema mundial hacia adelante, otras debilidades estructurales, muchas de ellas ominosamente familiares en las profundidades de la última crisis, son cada vez más evidentes.

Para destacar una de ellas, las burbujas financieras están de vuelta, y esto significa que los estallidos de las burbujas, con todas las consecuencias asociadas, le seguirán.

La respuesta del gobierno estadounidense a la crisis de Wall Street en 2008 no fue un estímulo económico para promover el crecimiento, como en China, sin un plan de rescate del sistema financiero que tomó varias formas: Un rescate directo de los bancos y las empresas de Wall Street, con el gobierno federal asumiendo la responsabilidad de sus mal préstamos a través del Programa de Alivio para Activos en Dificultades; la Reserva Federal rebajó las tasas de interés para préstamos a los bancos a casi cero; y además, el gobierno simplemente emitió más dinero, a través de una política conocida como flexibilización cuantitativa, para inundar el sistema financiero con el dinero suficiente para rescatarlo.

Como con el boom de infraestructura estimulado por el gobierno chino, la flexibilización cuantitativa hizo su trabajo. Según un informe citado por The Telegraph, la base monetaria de Estados Unidos, la que suma los billetes y monedas en circulación a las reservas en poder del Banco Central, se ha quintuplicado desde el año 2008, de $800 mil millones a más de $4 billones en la actualidad.

Una de las consecuencias es que la proyección de la deuda que hizo al sistema financiero más inestable y propenso a la crisis, la última vez, se ha hecho aún mayor, no menor. Un informe citado por The Guardian revela que la deuda global ha crecido a un alucinante $57 billones de dólares desde el año 2007, un aumento del 40,1 por ciento en tan sólo siete años.

Todas las principales economías han fallado en pagar sus deudas, según el informe. China es una, por supuesto, con su plan de estímulo masivo, pero también lo es Estados Unidos, donde la deuda de las sociedades no financieras ha crecido constantemente y ahora ascienden a un valor de la producción económica total de casi un año.

Si las deudas en esta escala no causan una futura crisis financiera por sí mismas, definitivamente van a incrementar su impacto. Y hacen cada vez más difícil que los gobiernos respondan con las políticas monetarias ortodoxas empleadas cuando golpea una recesión.

El rescate de Wall Street logró su principal objetivo: la restauración de la rentabilidad de los bancos y el sector financiero. Las ganancias de las empresas no financieras le siguieron, rompiendo nuevos récores, incluso cuando el desempleo se mantuvo obstinadamente alto.

En lo que el plan de rescate fracasó estrepitosamente es en proveer asistencia básica a cualquiera que no pertenezca a la pequeña élite que controla o es dueña de las acciones de las corporaciones financieras e industriales de Estados Unidos. Hubo poca o ninguna ayuda para los dueños de casas al borde de la ejecución hipotecaria, o para los trabajadores que perdieron un bien pagado puesto y no pudieron encontrar nada mejor que trabajos de bajos salarios, o para cualquier persona que necesitó ayuda de los programas sociales del gobierno.

Por el contrario, la enorme suma de dinero inyectada a la economía estadounidense, cortesía de sus contribuyentes, no ha sido, en general, invertida en la producción de nuevos puestos de trabajo, ni en cumplir con las prioridades sociales.

En su lugar, el dinero está dando vueltas en las cuentas bancarias de las corporaciones y los ricos, o en el infame casino de Wall Street. Cuando las corporaciones estadounidenses no están dedicadas a la última ronda de fusión-manía, están llevando a cabo recompras bursátiles o están gratificando accionistas con grandes dividendos. Aún más, los banqueros y los fondos de cobertura están de vuelta a sus viejos trucos de crear instrumentos de inversión de alto riesgo--léase nuevos juegos de apuestas--para imponer en los mercados financieros, con quién sabe qué clase de infierno a pagar cuando éstos exploten en sus manos.

Y ha habido un montón de dinero para alimentar un nuevo mercado alcista de valores, que está quebrando nuevos récores este año, a pesar de las señales de debilidad en la economía real subyacente.

Un cálculo del índice de precios del total de acciones a las ganancias corporativas para las empresas en Standard & Poor 500 cede un 27,2 a 1, casi dos tercios por encima del promedio histórico de 16.6. Si eso suena como galimatías, considere esto: Desde 1882, esta particular estadística sólo ha sido tan alta en tres oportunidades: en vísperas de la Gran Depresión de 1929; en 2000, antes del estallido de la burbuja de la internet; y en 2007, justo antes de colapso de Wall Street.

Las políticas del gobierno estadounidense, y por supuesto la codicia de las corporaciones, han contribuido directamente a una economía mundial más inestable, con tendencia a las turbulencias financieras, amenazada por el fantasma de un estancamiento económico, y siendo arrastrada hacia una nueva recesión.

Cuando esto ocurra (bajo el capitalismo, no se trata de un "si", sino un "cuando"), la crisis será sentida por el pueblo obrero como la intensificación del putrefacto tiempo en que ya ha estado viviendo.

La historia nos enseña que la clase dominante puede sobrevivir cualquier crisis, por muy grave que sea, si pueden hacer que la clase obrera, por coerción o consentimiento, pague el precio. Pero la salvaje inestabilidad bursátil y la caótica caída hacia una nueva crisis son una confirmación más del cáncer capitalista y su priorización del provecho económico por sobre las necesidades humanas.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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